Una verdad científica y filosófica que resuena en cada descubrimiento que hacemos
© PLB / Pensemos en la escala. Nuestro planeta es un punto azul pálido en la inmensidad de un sistema solar que, a su vez, es solo un grano de arena en la orilla de la Vía Láctea. Nuestra galaxia es una entre billones, todas separadas por océanos de espacio y tiempo casi inimaginables. Frente a esta vastedad, es fácil sentirse insignificante, como un susurro en una tormenta.
Pero ahí reside la paradoja más hermosa: ese susurro es consciente. Somos la forma en que el universo se observa a sí mismo, se cuestiona y se maravilla. Los átomos que nos componen se forjaron en el corazón de estrellas antiguas que explotaron hace eones. Llevamos en nosotros las cenizas de esos gigantes cósmicos. Somos, literalmente, polvo de estrellas que ha cobrado conciencia.
Somos pequeños porque nuestra existencia física es fugaz y limitada en un cosmos infinito. Pero somos increíbles porque, a pesar de nuestra pequeñez, podemos medir la luz de las galaxias, descifrar las leyes que rigen el espacio-tiempo, enviar naves más allá de nuestro sistema solar y albergar sueños, amor, arte y curiosidad. Nuestra verdadera grandeza no está en nuestro tamaño, sino en nuestra capacidad de comprender, aunque sea un poco, el majestuoso escenario del que formamos parte.
        
  
  
  

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