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La generación ansiedad: jóvenes que lo tienen todo para ser felices y no pueden

 

Agotados a los 25: por qué la generación mejor preparada es la más exhausta

© Planeta Latino Baleares

Sara despierta cada mañana con una sensación que conoce demasiado bien. No es solo el sonido de la alarma lo que la saca del sueño, sino una opresión en el pecho que parece acompañarla desde que cumplió veintitrés años. Mira su teléfono mientras toma el desayuno y siente ese vacío familiar al comparar su vida con las que brillan en la pantalla. Tiene un trabajo, estudios universitarios completos, pero cada noche se acuesta con la certeza de que no está haciendo lo suficiente.

Su historia no es única

Los datos confirman lo que las consultas de psicólogos y las conversaciones entre amigos ya vislumbran: los casos de ansiedad y depresión entre menores de treinta años se han multiplicado en los últimos cinco años. La Organización Mundial de la Salud señala que los trastornos de salud mental son la principal causa de discapacidad en jóvenes, y España no es la excepción.

Las causas forman un cóctel perfecto donde se mezclan ingredientes modernos y problemas ancestrales. Las redes sociales han creado un escenario de comparación constante, donde la vida se convierte en un escaparate y cada logro ajeno parece empequeñecer los propios. Jóvenes que crecieron con internet ahora lidian con la necesidad de validación inmediata y el miedo a perderse experiencias que otros sí están viviendo.

Pero la pantalla es solo una parte del problema

El mundo académico se ha convertido en una carrera de obstáculos donde ya no basta con terminar una carrera universitaria. Ahora se exigen másteres, idiomas, cursos de especialización y experiencias internacionales. La preparación se ha extendido hasta casi los treinta años, creando una generación sobrecualificada pero profundamente insegura.

María González, orientadora en una universidad pública, lo ve a diario en su despacho. Los estudiantes llegan con currículos impresionantes pero con la convicción interna de no ser suficientes. El síndrome del impostor se ha instalado entre los mejores estudiantes, aquellos que externamente parecen tener todo bajo control pero que internamente dudan de cada decisión.

Completa este triángulo de presiones

Los jóvenes actuales son la primera generación que, según todos los indicios, vivirá peor que sus padres. La precariedad laboral se ha normalizado, los salarios no acompañan la formación y el acceso a la vivienda se ha convertido en una meta casi inalcanzable para muchos. Esta realidad crea una paradoja devastadora: nunca hubo tanta preparación para tan pocas garantías.

Los síntomas de este malestar colectivo se manifiestan de diversas formas. Problemas de sueño, irritabilidad constante, ataques de pánico ante decisiones cotidianas y una apatía que se confunde con pereza. Lo que parece flojera es en muchos casos agotamiento extremo, el resultado de años intentando cumplir expectativas cada vez más altas con recursos cada vez más escasos.

Patrones comunes

Los psicólogos especializados en jóvenes observan patrones comunes en sus consultas. Pacientes que externalizan su autoexigencia a través de trastornos alimentarios, que abandonan proyectos a mitad de camino por miedo al fracaso, que posponen decisiones importantes por temor a equivocarse. La parálisis por análisis se ha convertido en un fenómeno común.

Pero en medio de este panorama, surgen también señales de cambio. Cada vez más jóvenes buscan ayuda psicológica, rompiendo el estigma que rodeaba a la salud mental en generaciones anteriores. La terapia online ha facilitado el acceso a profesionales, creando espacios seguros donde explorar estas presiones.

Movimientos que promueven la slow life ganan adeptos entre quienes deciden priorizar el bienestar sobre la productividad. Jóvenes que eligen carreras menos convencionales pero más satisfactorias, que rechazan la multitarea constante en favor de la atención plena, que aprenden a establecer límites en un mundo que pide siempre más.

Expertos en sociología apuntan que esta generación podría estar redefiniendo el concepto mismo de éxito. Frente al modelo tradicional de acumulación de logros y posesiones, emergen valores como la sostenibilidad emocional, el equilibrio vital y la conexión auténtica con los demás.

El camino no es fácil. Requiere desaprender años de mensajes sobre el rendimiento constante y la comparación social. Implica construir una identidad alejada de los likes y los reconocimientos externos. Supone encontrar el valor para tomar decisiones diferentes en un mundo que premia la uniformidad.

Sara, como muchos de su generación, está aprendiendo este nuevo lenguaje. Ha comenzado terapia, ha reducido su tiempo en redes sociales, ha aceptado que no necesita tener todas las respuestas a los veinticinco años. Su ansiedad no ha desaparecido, pero ahora comprende su origen y está construyendo herramientas para gestionarla.

La generación ansiedad podría estar encontrando su voz. Entre la presión académica, la incertidumbre económica y el ruido digital, estos jóvenes están escribiendo un nuevo manual de supervivencia emocional. Un manual que prioriza el bienestar mental sobre el éxito convencional, y que quizás contenga las claves para un futuro más humano y sostenible para todos.

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