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"Entre dos mundos: Ana María Corredor y el arte de construir identidad desde la diversidad" (2ª Parte)

 CHARLAS CON LUCÍA

con ANA MARÍA CORREDOR ALONSO (2ª Parte)

Más allá de las pérdidas que provoca la emigración, está la capacidad de crecer en direcciones insospechadas,
de desarrollar una identidad ampliada en la que cabe más que una cultura o una pertenencia,
y hacer de la falta, una fortaleza.


Ana María es una mujer que, a sus 55 años, sigue amando la vida. Se define como creadora y conectora de personas. Madre orgullosa de dos hijos, emprendedora, politóloga y escritora desde siempre. Muy creativa, intensa, optimista y generosa, tiene la capacidad de ahondar en las personas con una calidez y un encanto innato, heredado de sus ancestras.

El entorno familiar durante su infancia fue profundamente multicultural. Hija de padre colombiano y madre española, Ana María creció entre dos familias muy distintas, con visiones casi opuestas de la vida, la política y el mundo. Esa necesidad de balancearse, de ponerse en los zapatos del otro y ver la realidad desde múltiples perspectivas, la llevó a desarrollar una gran capacidad de escucha, de disentir o discutir sin pelear, y de formar sus propias opiniones con empatía.

Desde muy pequeña estuvo muy cercana a sus dos abuelas, aunque fueran diametralmente opuestas en casi todo. Gracias a ellas, pudo ver el mundo desde dos continentes y realidades diferentes: por un lado, una familia conservadora; por el otro, una familia liberal con fuerte vocación política y social en un país tan intenso como contradictorio.

La familia española era de tradición militar, conservadora, en una España austera que salía de la dictadura. Su abuela, una mujer de mucho carácter, amaba los libros y la historia.

La familia de su padre tenía una visión más espontánea y libre de la vida. Su abuela colombiana fue muy activa en política y una de las primeras mujeres en ejercer el voto. Era, además, prima del expresidente Gustavo Rojas Pinilla (1953–1957), ingeniero civil que impulsó grandes obras de infraestructura y promovió derechos y beneficios para el pueblo.

Pasó muchos de sus veranos en Mallorca, desde que era bebé. Aprendió a nadar en la playa de Illetas, salía en velero con sus tíos, leía todos los libros de su abuela y escuchaba sus opiniones. En contraste, sus vacaciones de fin de año eran en Colombia, en una hacienda familiar en los llanos orientales: un lugar mágico, con vegetación exuberante, fauna salvaje, ríos, leyendas, árboles inmensos con lianas, guacamayos, serpientes y pirañas. Allí se reunía toda la familia —nunca menos de veinte niños de diferentes edades— con sus amigos e invitados.

Las actividades eran infinitas: ordeñar vacas, bañarse en una piscina hecha con el represamiento del río, aprender a montar a caballo, pescar pirañas, hacer mantequilla y queso, construir orquetas para atrapar boas, trepar árboles... Jugaban al escondite, al ping pong, al billar; leían revistas polvorientas, pintaban paisajes y animales, montaban museos de insectos y mariposas, y organizaban obras de teatro. Todo en un ambiente increíble de libertad y aventura.

"Crecer entre los libros de mi abuela española y el interés político de mi abuela colombiana, entre el Mediterráneo y la selva colombiana, entre la historia y la cultura de España y la intensidad de un mundo aún virgen, estimuló poderosamente mi curiosidad y creatividad, y me generó la habilidad de conectar información e ideas."


¿En qué momento conjugas el trabajo con el rol de madre y esposa?

He pasado por muchas etapas, y debo decir que durante varios años no lo conjugué nada bien. Se nos imponen muchos "deberías", sobre todo en ciertos círculos profesionales, donde reina una visión del éxito y del empoderamiento completamente absurda. Eso me llevó durante años a sacrificar muchos momentos valiosos con mis hijos para perseguir esa palabra tan mal entendida: "éxito".

Recién salida de la universidad, comencé a trabajar como asesora en el despacho de un ministro. Muy pronto entendí que no hay cargo ni sueldo que compense perderte la infancia de tus hijos. Por eso, poco a poco, la vida me llevó a convertirme en mi propia jefa, a tener mis propias empresas, muchas de ellas en colaboración con mi marido.

Aun así, siempre he dedicado mucho tiempo y pasión a mi trabajo. Pero también me he ido liberando de esa falsa idea de empoderamiento.
El verdadero empoderamiento es tener la coherencia, la voluntad y la fuerza de decidir qué es verdaderamente importante para ti, y no permitir que nada ni nadie te lo imponga

¿Algún color favorito y por qué?

Dos: azul agua y rojo. Me gustan porque equilibran mi personalidad. Soy enérgica, activa, entusiasta, apasionada... roja. Pero también tengo momentos de introspección, disfruto la soledad. Me encanta la gente, pero a veces me saturo y necesito retirarme. El azul agua representa ese lado introspectivo y espiritual en el que me recargo.

¿A qué dedicas el tiempo libre, si es que lo tienes?

A leer. A ir al mar o a la montaña. A estar con mis amigos. A no hacer nada. A estar conmigo misma. A vivir el aquí y el ahora. Para mí, el tiempo libre es verdaderamente libre: no tener nada predefinido, sino hacer lo que me nace en ese momento. Como trabajo en lo que amo —y muchas veces se nutre de mis relaciones sociales y actividades— eso, para mí, no es tiempo libre.

¿De las ciudades donde has vivido, cuál elegirías para retirarte?

Palma de Mallorca. La naturaleza es preciosa, amo el mar, la montaña, la vida cultural, la cercanía con el resto del mundo, la facilidad para moverse, la tranquilidad.
Amo Colombia. Me encantaría vivir en Villa de Leyva. Pero hay muchas cosas que me tiran hacia atrás, en especial la crispación constante, la inseguridad y la distancia con Europa, donde vive mi madre y donde, probablemente, vivirán mis hijos.


Lucía S. Duque Ríos
Dinamizadora y Gestora Cultural

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