
Víctor Gistau
LOS OTROS QUIJOTES
En verdad que solo un Don Quijote vive y vivirá por siempre siglo tras siglo desde 1605 hasta llegar a 1615, porque los otros, los seguidores de sueños sin conseguir no son más que simples pedigüeños de un poco de tiempo para obtener sus anhelos más estúpidos por mucho que quieran enmascararlos como elementos revolucionarios de ideas creando tempestas.
Los lectores que alguna vez hayan tenido la osadía de leer alguno de mis escritos, recordarán mi defensa a ultranza de la corriente cíclica de los acontecimientos que conforman infinidad de páginas de la historia de la humanidad. Pues ello ha vuelto a suceder.
De repente, se nos aparece el que dice ser propietario de una Venta encalada en blanco roto por darle un mayor realce a la edificación por mucho que se empeñen en asegurar que se trata de un palacio. En realidad ni eso es un Palacio por mucho barniz que hayan querido ponerle ni el ventero es el propietario de la edificación, pero ¿qué le vamos a hacer? Como diría el auténtico Don Quijote buscando con desespero el palacio ventero en donde debía residir la amada Dulcinea, “habiendo andado doscientos pasos dar con una gran torre, y luego conocer que tal edificio no es el Alcázar sino la iglesia principal del pueblo… y exclamar ¡con la iglesia hemos dado”. Nada se asemejaba al edificio buscado, y sin embargo, la Venta era allí.
En esos desatinos, el ventero se asocia con una supuesta y trasvertida princesa y juegan a aquello de no eres nadie porque yo soy el dueño de todo este territorio y a mi Venta solo entra quien yo invite. Y ese invitado era un personaje que andaba muy puesto con lanza en ristre y sobaquera, defendiéndose de quien quiere invadirle. Al final le amordazan y le cuelgan por las muñecas en una pared de la Venta.
A todo esto, aparece un escudero con ganas de poner las cosas en su sitio, se arroga el cargo de vicemandamás de la Venta blanquecina nombrándose escudero. Se ven, se saludan y el ventero le insulta de la manera más vil empezando a mover por encima de una mesa el cubilete con una piedrecita escondida para proponer una paz entre las gentes a base de ocupar territorios y explotar las riquezas del caballero. Las cosas no van a mayores porque el que manda en la Venta lo echa a patadas como si de un perrito se tratara.
Es que todo cuadra en este cuento malabar. El Ventero toma protagonista por dos veces en 1605 y después diez años más tarde. Sancho Panza, un vulgar labriego al que nombra su escudero y se deja engatusar recibiendo la promesa de que le nombrará gobernador de la región del Dombás, que no es una ínsula, pero que poco le falta. Y mientras tanto su caballo Rocinante trota a merced de su voluntad.
Es, sin duda alguna, una realidad. El personaje está loco de remate como dejó escrito don Miguel de Cervantes: “En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante". Y así recorrió tierras y más tierras por un lugar de la Europa de cuyo nombre sí quiso volver a acordarse.
Un cura y un barbero faltaban en el meollo de esta trama, y ellos son los que asisten por última vez al hidalgo caballero dejando bien claro cómo se puede recuperar la memoria emponzoñada por descorteses andanzas.
Después, el ventero y todos sus hacinados “anda corre, vete y dile” sale de la reunión sin tan siquiera despedirse, y se esconde en su rincón de aplastada circunferencia para no tener que dar cuenta a nadie de las vergüenzas de que alguien le haya ganado una partida previamente amañada. Al poco sale, monta en su Rocinante de cartón piedra y va a enfrentarse a una supuesta jauría de gigantes que conforman los guerreros de unas tribus que se integran en un conglomerado de territorios que no están por la labor de que avasallen a su protegido.
“En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
"La ventura va guiando nuestras cosas a mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra…”
“-Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquellos que allí aparecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento, hacen andar las piedras del molino”
Y el ventero no quiso escuchar las razones argumentadas por su escudero, y soportando su lanza en ristre se aprestó a atacarles.
“-No fuyades, cobardes y viles criaturas; que un solo caballero es el que os acomete.”
Aún a fecha de hoy, anda peleando con todos los molinos de viento que están establecidos en el mundo salvo los de su Señor del que es su más indecente escudero. Se puede hacer más el ridículo pero no será superado por quien pretende quedarse con las “tierras raras” mientras su Señor lo hace con los territorios robados impunemente a su legítimo dueño.
Pero como toda epopeya tiene un final, y en esta historia solo la separación del cuerpo y el alma se concitan para alcanzar su meta, el ventero acaba como tiene que acabar y sus aventuras seguirán siendo imitadas por reinos sin corona allende tierras del que desde la distancia le cubren las espaldas por rincones hispanos. ¡Vergüenza caballeros, vergüenza!
“Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar hasta su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio el cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque, o ya fuese por la melancolía que le causaba verse vencido, o ya por la disposición del cielo, que así ordenaba, se le arraigó una calentura, que le tuvo seis días en la cama.
Y volviéndose a Sancho le dijo:
-Perdóname, amigo de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote en el error en que yo he caído, de que han habido y hay caballeros andantes por el mundo.
-¡Ay! Respondió Sancho llorando-. No se muera vuesa merced, señor mio, sino tome mi consejo, y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía.
Débanse aquí los llantos de Sancho, sobrina y ama de don Quijote, los nuevos epitafios de su sepultura, aunque Sansón Carrasco le puso éste:
Yace aquí el Hidalgo fuerte
Que a tanto extremo llegó
De valiente, que se advierte
Que la muerte no triunfó
De su vida con su muerte.
Tuvo a todo el mundo en poco;
Fue el espantajo y el coco
Del mundo, en tal coyuntura,
Que acreditó su ventura,
Morir cuerdo y vivir loco.
Pongamos cuidado a la última línea de este soneto, porque en la reunión entre Trump y Zelenski quedó demostrado quien está más puesto en razón y quien de los dos se ha metido en un callejón del que tiene una muy difícil salida, y que sí podría hacerlo en vida con un mínimo de dignidad.
¡Deu meu, quin desgabell!
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