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El fantasma de la Ópera: ¿Una leyenda que revela las cloacas del poder?


 Víctor Gistau

EL FANTASMA DE LA ÓPERA

Oigan, ¿qué les parece si vuelvo a mis andadas favoritas de traer a la vida real lo que nace en una leyenda, acción pasada o narrativa de ficción?


Pues vuelvo, ¡qué caray!

Esto va a ser un juego de habilidades sensoriales que cuál si fuera la capacidad de un niño para conocer e integrarse en el mundo que los rodea a través de los sentidos, lleguen a interpretar una narrativa y trasladarla al mundo real del siglo XXI.

Empecemos por exponer la sipnosis de una pieza de lectura del periodista Gastón Leroux publicada en el periódico parisino Le Gaulois de cuya redacción formaba parte allá por el año de 1909 y que tras su entrega inicial pudo contarnos que al folletín iniciado lo titularía El fantasma de la Ópera. Y todo ello tras investigar una serie de sucesos acontecidos en el Palacio Garnier, sede de la Ópera de París. A lo largo de los casi 6 meses que duró el serial se asegura que los lectores quedaron atrapados por la historia de un fantasma que se paseaba por entre bambalinas causando la muerte a todo aquel que osara mirarle, pues no en vano se trataba de un personaje cuyo rostro deformado de nacimiento se asemejaba al de una verdadera aparición, y que según la narrativa del personaje se definía como un cadáver viviente que había buscado su aposento en los subterráneos del propio Palacio de la Ópera. 

La existencia de este personaje fue provocada por la misteriosa presencia en esos sótanos del palacio y su relación con accidentes y muertes.

Un buen día el individuo en cuestión conoce y se enamora de una joven soprano a la que le da lecciones de canto y pone en marcha todo lo humanamente posible para retenerla a su lado construyendo trampas bajo tierra y provocando hasta la caída de la lámpara del majestuoso auditorio. Muertes y venganzas se suceden sin parar llegando incluso a retener a la fuerza a su enamorada Christine para que no le abandonase de aquel lúgubre y diabólico sótano. Finalmente, preso de un arrepentimiento tardío, la deja en libertad.

Al final de esa pieza novelesca, su autor pone punto final al supuesto fantasma quien solo y desesperado concluye su vida totalmente aislado del mundo exterior.

Cualquier comentario al respecto puede quedar atrapado en una serie de consideraciones en la que se muestra más lacerante el hecho de la soledad que cautiva a toda una serie de razonamientos y que rozando su conmiseración personal alcanza a llegarle el sentimiento y el amor aun cuando su imagen le vuelve a la realidad de un espejo o artefacto reluciente.

En la vida real las acciones se enmarcan en el desarrollo de un contexto algo similar. Existe también un palacio en donde se llenan las paredes y los suelos de una música que no es la que interpretan los actores en París, sino otra que las gallinas cluecas que por allá estan les hace cantar el secuestrador que las mantiene. Pero eso sí, todos muy puestos en su razón como una orquesta muy desafinada como se corresponden con quien la dirige.

No existe Christine en cuerpo real ni en el espíritu de Leroux que pueda ser maltratada por un desaprensivo y enamorado fantasma, pero sí una cantidad ingente de ciudadanos que retiene con mentiras y engaños a esas y esos supuestos con su negativa a darle a sus apresados la libertad para decidir de una vez por todas como quieren vivir en un mundo en el que ahora les obliga a hacerlo precisamente con el terror y la venganza como único argumento para hacerse notar

Al final el fantasma acaba como en la narrativa lourisiana. El fantasma no es tal sino un personaje de carne y hueso atormentado por los muchos desatinos cometidos, abandonado a su propia soledad y desesperación.

El personaje que reivindica una realidad que ajusta aconteceres con muy malos resultados, no se esconde en una imagen elaborada a partir de una malformación de nacimiento sino que lo hace en virtud de su malformación cerebral que precisamente porque no se ve a buena vista se le hace necesario regresar a sus sótanos palaciegos y llevarse a tanto y tanta indigente a hacerle compañía a las ratas de esas cloacas. Y todo ello con mi respeto hacia esos animalitos que también tienen derecho o incluso más que algunos que bien conocemos. Quede claro que siempre me he postulado como un ferviente admirador de la aplicación de cualquier ley que defienda la protección animal. 

¿Nos hemos dejado algo o a alguien a quien relacionar con el Fantasma de la Ópera?

Probablemente nos hemos dejado en los pliegues del relato a algún esposo o esposa, hermano o hermana, asesor o asesora personal, portavoz o portavoza, secretario o secretaria de alguna razón política, o simplemente humana, pero es que el relato no da para más, así que lo dejamos aquí aconsejándoles que en donde les pille no dejen de contemplar ese maravillo espectáculo musical que lleva el mismo nombre, y recomendándole al Presidente de la Diputación de no sabemos qué, ahora que el trabajador encargado de no sabemos tampoco de que cantinela musical ha dimitido, que fiche al que ha dirigido ese musical, que tiene también tema para rato. Eso sí que junto al contrato le añada un plano de como llegar a su puesto de trabajo que después de que el dimisionario se vaciara el cerebro en trabajar sin descanso ni consideración en su disciplina no vaya a encontrarse con ese fantasma que aún anda suelto por el Portugal encantador de los fados.

 

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