En Islas Baleares ocurre algo silencioso, constante y cada vez más evidente: los jóvenes se van. No de Erasmus. No “a probar suerte”.
Se van porque no pueden quedarse.
© PLB / No es una huida épica ni un viaje romántico. Es una salida práctica, casi resignada. Maleta justa, billete barato y una frase que se repite en demasiadas casas: “Aquí no hay futuro para mí”.
Vivir donde naciste se ha vuelto un privilegio
Alquileres imposibles, habitaciones a precio de piso completo, contratos temporales y sueldos que no alcanzan. En Palma, compartir piso ya no es una etapa: es una condena prolongada. En Ibiza y Formentera, directamente, es un milagro.
El mensaje implícito es demoledor:
👉 puedes trabajar aquí
👉 puedes servir mesas, limpiar habitaciones o encadenar contratos
👉 pero no puedes construir una vida
No se van los que quieren, se van los que pueden
Los que se marchan no siempre sueñan con hacerlo. Muchos aman su isla, su idioma, su gente. Pero el amor no paga alquileres ni garantiza estabilidad. Así que se van quienes tienen estudios, idiomas o una red fuera. Y los que se quedan… sobreviven.
Baleares no pierde solo población joven.
Pierde talento, energía, futuro.
El gran tema del que se habla poco
Se habla de turismo, de récords, de cifras, de ocupación.
Mucho menos de quién sostiene el día a día cuando los jóvenes ya no están.
Mucho menos de qué pasará cuando falten profesores, sanitarios, técnicos, creativos, emprendedores… nacidos aquí.
Porque una isla que expulsa a su juventud es una isla que envejece, se endurece y se vacía por dentro, aunque esté llena de gente.
No es victimismo, es realidad
Nadie pide quedarse gratis.
Nadie pide privilegios.
Solo poder vivir donde nació sin sentir que es un error vital.
La pregunta no es por qué se van.
La pregunta incómoda es: ¿qué estamos haciendo para que no tengan que irse?
Y, sobre todo:
¿qué pasará cuando los que hoy se van ya no quieran volver?
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