Somos conscientes de que poner en el aire un medio de comunicación digital plantea importantes desafíos. En primer lugar, decidir qué clase de información destacar en un mundo saturado de acontecimientos sucesivos y relevantes. No se trata solo de informar, sino de seleccionar con criterio, priorizando lo que realmente importa, sin caer en el sensacionalismo ni en la trivialización.
En segundo lugar, debemos asumir que, al publicar, influimos —intencionadamente— en la forma en que las personas perciben el mundo. Cada artículo, cada análisis, cada imagen moldea opiniones, emociones y decisiones. Esta influencia conlleva una responsabilidad ética ineludible:
no somos meros transmisores de datos, sino actores en la construcción de la realidad social.
Tercero, y quizás lo más importante, está el compromiso con la veracidad y el respeto por el origen de los datos. En una era donde la desinformación se propaga más rápido que la verdad, nuestro deber es contrastar, verificar y contextualizar. No hay atajos para la credibilidad; se gana con rigor, transparencia y humildad para rectificar cuando sea necesario.
Estamos convencidos de que el periodismo digital no puede ser un fin en sí mismo, sino un servicio público. Aspiramos a informar con equilibrio, a provocar reflexión antes que reacciones viscerales y a ser un espacio donde el respeto por los hechos prevalezca sobre cualquier agenda.
La confianza no se regala; se gana con cada palabra publicada. Y es ahí, en ese desafío diario, donde encontraremos nuestra verdadera razón de ser.
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